sábado, 31 de julio de 2010

Días de Julio.

Tengo que admitir que le tengo terror a la ciudad, a la gente amontonada en tan poco espacio y a un sin fin de cosas más que me atan en este mundo tan real, tan pintado de sueños que nunca nadie conocerá, inventado y mío.
Pero hoy me vi obligada a ir al corazón de la ciudad, y desde el primer instante de la mañana, cuando el despertador me gritó al oído, la cama parecía atraparme para evitarme este suplicio.
Ya en el colectivo tuve esa sensación horrible de inestabilidad, es que todo mi cuerpo se resistía, mi estómago se sentía sacudido, el aroma a combustible, todas las ventanillas cerradas por el frío, el cemento rodeándolo todo y cientos de conversaciones atravesándome los tímpanos. Sólo mi libro intentaba hacer más ameno el viaje, sacándome un poco del camino.
…Papeles, simples y estúpidos papeles me hacían caminar por una peatonal cargada de robots que iban y venían, sin mirar, sin escuchar, llevándose todo por delante. Música estridente sonando, marcando la arritmia de desalineadas siluetas esfumándose instantáneamente. Vendedores de vidas gritando promesas encantadoras y completamente falsas.
No entiendo tanto apuro, el tiempo va a pasar y seguir aunque uno se resista, el sol va seguir su trayectoria aunque siga llorando montones de torpes ayeres, y los precios van a seguir subiendo incansablemente aunque las quejas se multipliquen.
Temo perderme entre tantas calles, temo quedarme atrapada tras las rejas de esta locura y no poder salir más.
Mientras me enredaba en mis ideas con un paso lento y cuidadoso el reloj marcó las 12, y aunque no es un cuento el encanto estaba a punto de deshacerse; las tiendas, los bancos, todo cerraba.
Mi pulso se aceleró, mi rostro se tiñó de una gris seriedad, los cigarrillos con gran ansiedad por salir y los modales quedaron atrapados en el bolsillo del saco apretujando el aliento del reloj, … Me estaba uniendo y siendo parte de los corredores que mi boca tanto criticaba.
Y así, sin tiempo, me estaba volviendo. Bordeando la locura, extrañando los aromas de casa, la comodidad de las pantuflas, esos ojitos picarones y puros de los míos, extrañándome a mí.
Entonces me doy cuenta que no fue tan malo al fin, es linda la ciudad aunque nadie la mira, las construcciones antiguas, las parroquias, los árboles que se deben sentir atrapados en un espacio repleto de demencia y que intentan hablar aunque nadie les escuche, el viento queriendo arrastran las preocupaciones que se mezclan entre tanto maquillaje estructurado. Pero no le pertenezco ni ella a mi.
M.A.L

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